Los niños son unas esponjas, están programados para aprender. La plasticidad de su cerebro les permite absorber desde pequeño más de un idioma a la vez. Educadores y padres somos conscientes de ello, y también nos damos cuenta de lo difícil que nos resulta, perfeccionar ese segundo idioma en nuestra ya “avanzada” edad. Lo entendemos leyendo.. pero se nos olvida, cuesta hablar, y no hay fluidez.
Por eso creamos entornos multilingües y de inmersión para nuestros hijos, para que ellos sí tengan esa oportunidad. Academias, colegios “bilingües” (por lo menos así los identifica una placa), viajes y campamentos de inmersión, etc. ¿Pero en casa, qué?
Intentamos poner los dibujos animados en inglés (aunque no les guste) y los más atrevidos intentamos a veces hablar en inglés con nuestros hijos. Seguro que habéis escuchado alguna vez a padres españoles hablando en inglés con su hijo o hija por el parque infantil, “Be careful Blanca!”
Por muy admirable y bien intencionada que sea esa rutina multilingüe, la pregunta que se presenta es, si es muy aconsejable hablar con nuestros hijos en una lengua que no es nuestra lengua nativa, por varios motivos:
¿Qué pasa con Blanca entonces?
¿No podemos hacer nada por ella? Claro que sí. Podemos elegir momentos y actividades claramente definidas y estructuradas, que aprovechamos para hablar inglés con nuestros hijos.
Volvemos a los dibujos animados de antes, por qué no los vemos con ellos, nos reímos juntos, lo comentamos en inglés. O jugar un juego de mesa en inglés, por ejemplo. La oferta en ese tipo de juegos es muy amplia y se trata sobre todo de pasar un rato divertido de calidad en familia. Si aprovechamos ese momento para hablar en inglés, la asociación positiva que el niño acaba teniendo con el idioma le pagará dividendos lingüísticos en un futuro no muy lejano, sin la necesidad de traicionar las palabras que nos salen del alma: en nuestro idioma materno, claro está.